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martes, 6 de enero de 2015

EL ÚLTIMO MANGLAR

La situación de los manglares (guatemaltecos) ilustra la tragedia que se desenvuelve ante nuestros ojos bien cerrados. Los manglares, que representan el 1% del total de bosques de la Tierra, son una de las cinco unidades ecológicas más productivas para el ser humano. Son, literalmente, fábricas de alimento para millones de personas; y vitales para enfrentar el cambio climático: capturan y almacenan carbono, reducen las ráfagas de viento y amortiguan el impacto del oleaje.


Pero los manglares, en todo el mundo, se pierden a un ritmo alarmante, principalmente por la industria camaronera. También por el avance de la frontera agrícola —en nuestro caso, para caña de azúcar y palma africana, que además contaminan— y la industria turística, que compiten por espacio para crecer. En Guatemala el manglar es un ecosistema protegido. Pero la protección ambiental quedó en pura teoría desde que los pepes desmantelaron el Ministerio de Ambiente y lo convirtieron en ventanilla express para la aprobación institucional de la destrucción de la naturaleza.

Las comunidades que viven cerca de los manglares en Guatemala son de las más empobrecidas. La pesca industrial les ha afectado tanto que muchos pescadores artesanales ya no pueden subsistir de su profesión; así que la disminución y destrucción de los manglares les impacta profundamente, pues pierden la única riqueza natural que les da sustento. Por eso es comprensible que muchas comunidades se organicen para defender los manglares. Con escasos recursos hacen esfuerzos sobrehumanos para protegerlos, mantenerlos y re-plantarlos.

Enfrentan adversarios muy poderosos, pero entienden que sin manglares no hay posibilidades de un futuro decente para sus descendientes y por eso persisten en su afán. Por lo que resulta inusual que muchas de estas personas aseguren que los manglares son importantes porque les producen felicidad, salud, calidad de vida y satisfacción. ¡Púchica! ...todavía hay seres humanos que valoran la felicidad y la salud más que al dios dinero. El ser humano destruye la naturaleza por pisto, como si eso fuera lo más importante.

¿De qué van a servir el dinero, el petróleo, el oro, el níquel o el cemento cuando no tengamos agua limpia ni alimentos sanos? Los habitantes originales de tierras americanas predijeron esta pesadilla: "El hombre blanco trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la Tierra dejando atrás solo un desierto" (Sealth, 1854). A menos que nos demos cuenta —como la gente del manglar—que la naturaleza sustenta nuestra vida y nuestra felicidad.

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