Páginas

Mostrando entradas con la etiqueta evolución. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta evolución. Mostrar todas las entradas

sábado, 21 de mayo de 2016

Mary Anning (Lyme Regis, 21 de mayo de 1799 – 9 de marzo de 1847)



Fue una paleontóloga, coleccionista y comerciante de fósiles inglesa, conocida en todo el mundo por los numerosos hallazgos de importancia que realizó en los lechos marinos del período Jurásico en Lyme Regis, donde vivía.1 Su trabajo contribuyó a que se dieran cambios fundamentales a principios del siglo XIX en la manera de entender la vida prehistórica y la historia de la Tierra.

Sus hallazgos más destacados son el primer esqueleto de ictiosauro en ser identificado correctamente, los primeros dos esqueletos de plesiosauros en ser encontrados, el primer esqueleto de pterosaurio encontrado fuera de Alemania y algunos fósiles de peces importantes. Sus observaciones tuvieron un papel importante en el descubrimiento de que los fósiles de belemnites contienen sacos de tinta fosilizada y de que los coprolitos, conocidos como piedras bezoar en esa época, son heces fosilizadas. Cuando el geólogo Henry De la Beche pintó Duria Antiquior, la primera escena sobre el tiempo profundo que tuvo una difusión elevada, se basó en su mayoría en los fósiles que Anning había encontrado y vendió copias en su beneficio. Su obra fue fundamental en los cambios que ocurrieron a principios del siglo XIX en las ideas científicas sobre la vida prehistórica y la historia de la Tierra.



El sexo y la clase social de Anning (sus padres eran disidentes [protestantes no anglicanos] de clase baja) fueron razones por las que no pudo participar completamente en la comunidad científica británica de principios de siglo XIX, dominada por caballeros ricos anglicanos, y de que no fuera citada en absoluto en sus contribuciones. Aunque llegó a ser conocida en los círculos de geólogos de Gran Bretaña, Europa y América, tuvo dificultades financieras durante la mayor parte de su vida.

Vale la pena leer el libro “Las huellas de la vida”, para conocer mas de la vida de esta maravillosa mujer.



jueves, 10 de diciembre de 2015

Fucaia buelli, nueva ballena de 33 MA descrita en EE.UU.

Fuente Vista al mar

Ha sido descrita por investigadores de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda una nueva especie de ballena fósil que vivía en el Océano Pacífico del Norte hace 30 a 33 millones años.

Nombrada Fucaia buelli por los investigadores, es de transición entre las antiguas ballenas dentadas y las actuales ballenas con barbas (Misticetos). Es una de las más antiguas ballenas barbadas que se han encontrado y, con una longitud de unos 2-2.5m, también una de las más pequeñas.

El fósil, que se recuperó de la Península Olímpica, Estado de Washington, EE.UU., se describe en un artículo recientemente publicado en la revista británica Royal Society Open Science.

El co-autor de artículo, Dr. Felix Marx, dice que a diferencia de sus parientes las ballenas barbadas de ahora, que usan barbas de peine para filtrar el krill del agua circundante, la Fucaia tenía dientes bien desarrollados que utilizó para cazar activamente y masticar a sus presas.

"Una vez capturada, la presa probablemente era aspirada profundamente en la boca para tragarla, una técnica que en última instancia, puede haber dado lugar a las barbadas y la alimentación por filtración en el moderno suborden Mysticeti de las ballenas", dice el Dr. Marx.

El Dr. Marx y sus coautores, el Dr. CH Tsai y el profesor Ewan Fordyce dicen que el fósil arroja nueva luz sobre una de las grandes preguntas de la evolución de los mamíferos: Cómo, cuándo y por qué las ballenas barbadas modernas pierden sus dientes.

Los dientes complejos en la Fucaia y los distintivos patrones de desgaste, muestran que Fucaia probable masticaba su comida. Largas filas de dientes y estrechamente espaciados en la mandíbula dejan poco espacio para las barbas, pero hay algunos indicios de que Fucaia quizá tenía las encías agrandadas.

"Creemos que Fucaia fue similar a los delfines modernos en la captura de su presa usando sus dientes y quizá una fuerte alimentación por succión. Probablemente permitió a las primeras ballenas pasar de un estilo de alimentación a base de dientes a filtrar la comida, por lo que les permitió capturar presas más pequeñas que los dientes solos no podían manejar", dice el Dr. Marx.

Los investigadores señalan que la alimentación por succión todavía se puede ver en la actual ballena gris.

"Este comportamiento puede haber llevado a la evolución de las barbas desde las encías agrandadas, posiblemente como una forma más eficiente para expulsar el agua que contenía la comida. A medida que la presa se hizo más pequeña, los dientes se volvieron cada vez más obsoletos y, en última instancia, se perdieron por completo en las modernas ballenas barbadas", dice el profesor Fordyce.

¿Qué es?

Un fósil parcial de cráneo, dientes y el esqueleto asociado de una pequeña ballena dentada, estimada en 2-2,5 m de largo. Esta pequeña ballena era un individuo adulto, a juzgar por los huesos fusionados en el esqueleto.

Fucaia lleva el nombre del estrecho de Juan da Fuca, en honor a su origen a lo largo de las costas de esas aguas. Su segundo nombre, Buelli, honra a los excepcionales ejemplos de ballenas extintas producidos por el paleo-artista Carl Buell.

Fucaia pertenece en un grupo extinguido bien conocido, la familia Aetiocetidae. (No hay ningún nombre común para ese grupo, pero el significado es más o menos " ballena del principio"). Estos animales son de transición entre las arcaicas ballenas dentadas y las ballenas barbadas modernas.

El ejemplar procede del Museo Burke de Historia Natural y Cultura, de la Universidad de Washington, Seattle, Washington, EE.UU.

¿Cómo se alimentaba?

Fucaia buelli fue probablemente un cazador activo. Puede haber utilizado la aspiración para "absorber" pequeñas presas con su boca. Patrones de desgaste en los dientes indican que Fucaia utilizó sus dientes para asegurar y masticar sus alimentos. El pequeño tamaño corporal sugiere que la especie tenía un rango limitado y no migraba, como las grandes ballenas de los océanos modernos.

Fucaia buelli vivió a principios de los tiempos del Oligoceno, hace unos 33-31 millones de años. En ese momento, la región que es ahora la Península Olímpica estaba bajo el mar. A escala global, esta fue una época de cambio climático. La tierra pasó de condiciones "de invernadero" cálidas e incluso tropicales a condiciones más frescas "Icehouse" que vio desarrollarse casquetes en la Antártida.


En el laboratorio el fósil fue extraído de su matriz circundante utilizando cinceles neumáticos y ácido diluido. La preparación se llevó a cabo en el Museo Burke de la Universidad de Washington y de la Universidad de Otago, Dunedin, Nueva Zelanda.

Referencia



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Piotr Alekséyevich Kropotkin (1842-1921)

Piotr Alekséyevich Kropotkin, nació en Moscú el 9 de diciembre de 1842 y murió en Dmítrov, el 8 de febrero de 1921, fue geógrafo y naturalista, además de uno de los impulsores intelectuales de la Revolución Rusa.

En 1874, expuso su teoría, según la cual la capa de hielo de la glaciación había alcanzado el centro de Europa; una idea que iba en contra del conocimiento convencional de la época. Su proposición generó una polémica, que finalizó con su posterior aceptación por la comunidad científica.

Otra gran contribución de Kropotkin a la teoría de la ciencia geográfica fue su hipótesis sobre la desecación de Eurasia como consecuencia del retroceso de la glaciación de la era precedente.



Todas estas ideas fueron concebidas cuando aún no había llegado a cumplir 30 años, lo cual hacía presuponer un gran futuro como investigador. El prestigio de su obra geográfica fue tan considerable que fue propuesto como presidente de la sección de Geografía Física de la Sociedad Geográfica Rusa. Pero Kropotkin no aceptó el nombramiento, porque su interés se había volcado hacia las actividades revolucionarias.

En el otoño de 1871, hallándome ocupado en Finlandia, caminando lentamente a pie hacia la costa, a lo largo del ferrocarril recientemente construido, observando atentamente los parajes donde primero debieron aparecer las muestras inequívocas de la primitiva extensión del mar, que siguió al período glacial, recibí un telegrama de la susodicha corporación, en el que se me decía: "El Consejo os ruega aceptéis el cargo de secretario de la Sociedad." Al mismo tiempo, el secretario saliente me suplicaba encarecidamente que prestara buena acogida a la propuesta. Se habían realizado mis esperanzas; pero al mismo tiempo, otras ideas y otras aspiraciones habían invadido mi pensamiento. Después de meditar detenidamente sobre lo que debería contestar, telegrafié: "Gracias encarecidas; pero no puedo aceptar". P. Kropotkin, Memorias de un revolucionario



Más información


jueves, 26 de noviembre de 2015

Orquídeas chilenas, nuevo registro aumenta su número a 72 especies


Se las puede encontrar desde el altiplano hasta Magallanes, e incluso una crece en el archipiélago Juan Fernández. Solo viven en estado silvestre, ya que los esfuerzos por domesticarlas han sido muy limitados.

Cuando se menciona la palabra orquídea se suele pensar en una densa y húmeda selva tropical. Pero la verdad es que las orquídeas también crecen en regiones de clima templado.

Es así como en nuestro territorio viven al menos 72 especies, según lo consigna la segunda edición ampliada de la Guía de Campo de las Orquídeas de Chile, que acaba de ser editada por la Corporación Chilena de la Madera (Corma). “Lo más relevante es que en la versión anterior de 2006 se presentaban 50 especies y ahora aumentamos a 72”, destaca el botánico Diego Alarcón, quien junte a sus colegas Patricio Novoa, Mauricio Cisternas, Erwin Domínguez y Jaime Espejo aportaron sus investigaciones para la publicación.

“Muchas especies todavía no han sido clasificadas en categorías de riesgo, pero lo más probable es que deban consignarse como vulnerables o en peligro de extinción”, dice Alarcón. Son poco conocidas y además su hábitat coincide con zonas sujetas a cambios muy rápidos, especialmente de uso de suelo, en la zona entre Valparaíso y Biobío.

A ello se suma que ha sido muy difícil domesticarlas y que si bien ha habido algunos intentos con la Chloraea crispa, los resultados han sido limitados. Por ello, para verlas hay que salir de las ciudades aunque no muy lejos, en algunos casos. Es así como en Santiago se las puede ver en la parte alta del cerro Manquehue o en los cerros de Caleu, mientras que en la V Región es posible observarlas en la parte alta de Valparaíso y Viña del Mar.

Justamente en esta zona es donde más se ha producido reducción de su hábitat, reconoce Patricio Novoa otro de los autores, quien es investigador del Jardín Botánico Nacional.

De hecho, cuenta, hay descripciones antiguas de que la Chloraea gavilu era abundante entre los cerros Los Placeres y Barón, pero esa zona hoy está completamente urbanizada.

Tampoco crecen en todas partes.

Normalmente prefieren las laderas expuestas al sol que miran hacia la costa o hacia el sur. “Sospechamos que muchas dependen de la presencia de un hongo con el que entran en una estrecha relación”, dice Novoa.

Con coloridos que van desde el blanco al rojo, pasando por el amarillo y el verde, se las puede encontrar desde el altiplano hasta Magallanes salvo en la Región de Atacama. Es así como a orillas del lago Cotacotani, en la Región de Arica y Parinacota, vive la Myrosmod. Es nervosa, que está entre las únicas orquídeas que crecen a más de 4 mil metros de altura.

Otra exclusividad es la Gavilea insularis, que solo crece en la isla Alejandro Selkirk, en el archipiélago Juan Fernández.


Pero la que se lleva todos los títulos de rareza es la Bipinnula taltalensis, que florece gracias a la camanchaca de Paposo, cerca de Taltal. Solo ha sido vista en dos ocasiones, en 1951 y 1990. Novoa es optimista: “La próxima semana voy a Antofagasta a hacer unas charlas y aprovecharé para hacer una pequeña expedición a ver si la encontramos”.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Apidium zuetina, nueva especie ancestral de primate antropoide hallada en Libia


Científicos de la Universidad de Kansas han descrito en el Journal of Human Evolution un primate antropoide previamente desconocido, cuyos restos fueron descubiertos en el Oasis de Zallah (Libia) Bautizado como Apidium zuetina, estos restos de antropoide constituyen el primer ejemplo en su clase descubierto fuera de Egipto. "Apidium es interesante porque fue el primero de los primates antropoides tempranos en ser descubierto y descrito, en el año 1908", dijo Christopher Beard, especialista del Instituto de Biodiversidad de la Universidad de Kansas, que dirigió la investigación.

"Los fósiles de Apidium más antiguos conocidos tienen unos 31 millones de años, mientras que los más recientes tienen 29 millones. Antes de nuestro descubrimiento en Libia, sólo tres especies de Apidium habían sido recuperadas en Egipto. La gente había llegado con la idea de que estos primates habían evolucionado localmente en Egipto".

Beard explicó que las pruebas de que Apidium se habían dispersado por el norte de África fue la faceta clave del hallazgo. Él cree que cambios en las condiciones climáticas y ambientales dieron forma a la distribución de las especies de apidium, que afectó a su evolución.

"Hemos encontrado pruebas de que el cambio climático, -no el calentamiento, sino el enfriamiento y la sequía a través del Eoceno-en la etapa de transición entre el Eoceno y el Oligoceno, probablemente está en el origen en la evolución antropoide", dijo."Todos estos antropoides, que eran nuestros parientes lejanos, vivían en los árboles. Cuando el mundo se hizo más frío y seco en este período, lo que antes era una masa continua de bosque se volvió más fragmentado. Este creó barreras para el flujo de genes y el movimiento de los animales desde una parte del bosque a lo que solía ser el bosque adyacente".

Con un bosque roto, se produjo una inhibición del flujo de genes a través del tiempo que dio lugar a la especiación, o el establecimiento de nuevas especies, según el investigador de la Universidad de Kansas.

"Los animales separados se convierten en diferentes especies al cabo de millones de años", dijo Beard."A medida que el clima oscila de nuevo, tienes diferentes especies de Apidium. Como los bosques se expanden y contraen, se entabló una competencia entre especies, y creemos que es lo que estamos viendo en este Apidium libio, relacionado con otras conocidas en Egipto", explicó.

Beard explicó que este primate antropoide debió ser físicamente similar a los monos ardilla de América del Sur. "Era un mono arbóreo muy activo, un muy buen saltador”.

martes, 24 de noviembre de 2015

El Cuento del Antepasado

Este gif, parece estar inspirado en el libro de Richard Dawkins, “El cuento del antepasado”



Wallace y Darwin: un pacto por la Evolución

El aniversario de la teoría de la evolución suele celebrarse el 24 de noviembre, día en el que Darwin publicó su libro “El origen de las especies” (1859). Sin embargo, esta visión de la historia obvia una fecha aún más importante para entender cómo se gestó la teoría de la evolución. El 1 de julio de 1858, en la Sociedad Linneana de Londres se presentó un resumen de una teoría de la selección natural; sus autores eran Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, y con ella explicaban la evolución de las especies. Ese día nacieron la biología y el evolucionismo modernos.

La evolución no fue una ocurrencia genial y solitaria de Darwin. La idea llevaba casi un siglo flotando en el ambiente científico. Linneo, Lamark, Erasmus Darwin (abuelo de Charles) y otros grandes científicos habían teorizado acerca de lo que por entonces se llamaba transmutación de las especies. Pero la sociedad victoriana rechazaba esa y otras ideas revolucionarias, que sugerían explicaciones no teológicas para la disposición de los continentes, la naturaleza del intelecto humano o los orígenes mismos de la vida.

Retrato de Charles Darwin (alrededor de 1859). Crédito: Maull and Fox

A la conclusión de su célebre viaje en el Beagle, en octubre de 1836, el joven Charles Darwin (1809-1882) fue acogido por esa élite científica victoriana. Por aquel entonces ya tenía bastante clara su teoría de la evolución, y sabía las ampollas que levantaría. Ese temor fue una de las claves que retrasó la publicación de la teoría. Tuvieron que pasar más de 20 años hasta que en junio de 1858, un Darwin ya en la madurez recibió una carta de Alfred Russel Wallace (1823-1913). Aquel joven, que estaba en medio de una expedición naturalista en el archipiélago malayo, había llegado de manera independiente a la misma conclusión: la selección natural como mecanismo que determina la adaptación y especiación de los seres vivos, al margen de la influencia divina. Un Wallace, humilde y casi ingenuo escribió a Darwin entonces para que le diera su opinión y, si lo veía pertinente, enviara el resumen de sus ideas al eminente geólogo Charles Lyell.

Darwin, hasta entonces reticente a publicar su teoría, se decidió a hacerlo. Así, él y su círculo de científicos allegados organizaron un documento conjunto para ser leído en la siguiente reunión de la Sociedad Linneana, aunque ninguno de los dos pudo asistir. Wallace estaba todavía en Malasia y Darwin estaba de luto, por la muerte de su hijo de 19 meses de edad tan solo tres días antes.}

Retrato de Alfred Russel Wallace (alrededor de 1863). Crédito: National Portrait Gallery

Aquél día marca un antes y un después en la historia de la biología. Pero el artículo conjunto de Darwin y Wallace no causó una sensación inmediata. El propio Wallace se enteró de ello mucho después, cuando “El origen de las especies” ya había sido publicado y se había desatado el esperado escándalo. Pero lejos de considerar que el más famoso y veterano naturalista se había apropiado de su idea, Wallace fue uno de los grandes defensores de las ideas de Darwin. Tanto es así que en los años 1930, cuando resurgieron las ideas de la evolución con la fuerza que hoy poseen, “Darwinismo” (1889) escrito por el propio Wallace era la versión más reciente y completa escrita sobre el evolucionismo y el título de referencia.

Las circunstancias de la época y la idiosincrasia personal de cada uno hicieron que Darwin pasara a la historia por la puerta grande y que, en cambio, el nombre de Alfred Russel Wallace no figure en los libros de primaria, ni en placas en calles, parques y plazas. No, por lo menos, hasta el día de hoy.

Es archiconocido cómo Charles Darwin intuyó la idea de la selección natural tras examinar las diferentes especies de pinzones de las islas Galápagos, recogidos en una escala del viaje del Beagle. Reivindicamos aquí a Wallace, contando cómo llegó por su cuenta a la misma idea:

Con la excusa de la recolección de especímenes para los coleccionistas de Inglaterra, Wallace pasó 8 años en lo que sería uno de los mayores viajes de descubrimiento del siglo XIX. Primero dio cuenta de las extrañas subespecies de origen asiático de las islas más occidentales del archipiélago malayo; luego, de su ausencia en las islas orientales, donde sin embargo aparecen extrañas especies de origen australiano. Intuyó así dos familias de animales pertenecientes a dos continentes bien diferenciados separados por fosas marinas (la llamada línea de Wallace) que, de hecho estuvieron en su día unidos a lo que ahora son cientos de islas aisladas. Intuyó también que este aislamiento había diferenciado a las especies. Y además, ante la inmensa cantidad de estas catalogadas, observó una continuidad entre todas ellas, un parentesco. Dedujo así no solo una teoría de la evolución, sino los mecanismos y efectos que la rigen y, lo que es más, la enmarcó dentro de una nueva manera de entender la geografía: Wallace es el padre de la biogeografía. Y eso nadie se lo disputa.

Fuente



“Se discute la teoría de la evolución por ignorancia”, entrevista a Francisco José Ayala

Licenciado en Teología y en Física, tras colgar el hábito se marchó en 1961 a Estados Unidos para estudiar con Theodosius Dobzhansky, uno de los genetistas más relevantes de la época y del que fue íntimo amigo (“murió en mi coche, camino del hospital”). Hoy, Francisco José Ayala dirige el departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de California (Irvine). Y sus contribuciones han sido clave, entre otras cosas, para entender el llamado reloj molecular, el mecanismo biológico que permite comprobar lo alejadas que están dos especies.

Usted cursó el bachillerato en el Madrid de los años cuarenta, en el colegio de los escolapios, y decidió estudiar Teología con los dominicos en Salamanca. ¿Cómo se llega desde ahí hasta la Física? En realidad no llego de una a otra, las hice al mismo tiempo. Tenía interés en la religión, así que entré en los dominicos, en Salamanca, pero al mismo tiempo estaba matriculado por libre en Físicas en la Complutense.

Pero terminó como biólogo. Entonces ocurrió una cosa interesante y decisiva en mi vida: en primero de carrera tenía una asignatura de Biología y había que hacer prácticas. Encontré en Salamanca a un profesor de Genética, Fernando Galán, que estaba dispuesto a que yo hiciera las prácticas en su laboratorio. Y allí, investigando con la Drosophila [la mosca del vinagre], me aficioné a la genética. También por entonces leí a Teilhard de Chardin, con lo que me interesé en la evolución, aunque hoy creo que aquello, más que ciencia, era poesía, literatura.

Y entonces abandonó la orden. Sí, lo había decidido antes, pero me convencieron para que terminara la licenciatura en Teología, me ordenara sacerdote y luego ya veríamos. Supongo que pensaban que me quedaría, pero, tras licenciarme y ordenarme, me fui. Había decidido que quería hacer un doctorado en Biología.

¿Es impertinente preguntar si cree o no en Dios? No, no lo es, pero no respondo nunca. Si dijera que sí, algunos dirían: “Claro, por eso dice lo que dice”. Si respondo que no, lo mismo, así que prefiero no responder.

¿Cómo llegó a estudiar con Theodosius Dobzhansky, el genetista más influyente del mundo en ese momento? Gracias a Fernando Galán, el profesor que me había dejado hacer experimentos en su laboratorio, y a su maestro, Antonio de Zulueta, que me convencieron de que saliera de España para hacer el doctorado. Zulueta, el genetista más importante de España en los años treinta, había estudiado en California con Thomas H. Morgan, que era entonces el más reconocido del mundo, y en su laboratorio había coincidido con Dobzhansky y se habían hecho amigos. Zulueta le escribió para que me aceptara como estudiante de doctorado y aceptó incluso antes de saber el tema. Se fiaba mucho de Zulueta. Así llegué a Estados Unidos en 1961.

¿Fue ya con la idea de quedarse o de volver? Yo tenía intención de hacer el doctorado y volver, pero Dobzhansky me ofreció, al terminar el doctorado en la Universidad de Columbia, en 1964, que me fuera con él a la Universidad Rockefeller, donde acababan de darle un puesto. La Universidad Rockefeller tenía entonces 250 profesores, entre ellos 12 premios Nobel, y 50 alumnos. No era comparable con España, era de una distinción fabulosa. Primero me ofrecieron un contrato como posdoctoral y luego me buscaron una plaza de profesor ayudante.

Y de ahí marchó a la Universidad Davis, en California. Sí, en 1970. Para entonces ya me había casado, tenía un hijo y esperábamos otro, y buscamos un sitio mejor para educarlos, porque en aquella parte de Nueva York –yo vivía en la calle 59, junto a Central Park– no había colegios adecuados. Entonces me ofrecieron, sin pedirlo –en eso he tenido mucha suerte, siempre me han llegado las cosas sin buscarlas–, un laboratorio en Davis, donde estaban montando un gran centro de genética de poblaciones, algo que me interesaba mucho. Davis era el sitio ideal para vivir con los niños, así que nos trasladamos. Era una ciudad muy aburrida, lo sigue siendo; teníamos que ir a San Francisco para ir a cenar a un buen restaurante o a la ópera.

Y allí también se fue con Dobzhansky. Justo entonces Dobzhansky se jubilaba, porque era obligatorio hacerlo a los 70, afortunadamente ya no, así que dije que muy bien, que iba, pero que llevaba de adjunto a Dobzhansky, de quien para entonces era muy amigo. Nunca me ha querido nadie en el mundo tanto como allí cuando dije eso, que llevaba a la persona más distinguida en el campo de genética de la evolución. Cinco años después Dobzhansky murió en mi coche, mientras le llevaba al hospital tras un ataque al corazón.

Además de investigar y publicar mucho, usted ha formado parte de muchos comités, incluso ha presidido la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, la unión de científicos más importante del mundo. También empecé en eso con Dobzhansky, que odiaba la burocracia y los papeles, mientras que a mí también me ha interesado la administración de la investigación. Relativamente joven, a los cuarenta y pocos, me eligieron para formar parte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, cuando allí no había muchos expertos en evolución. Cuando los chicos ya se fueron a otras universidades, nos mudamos a la de Irvine, en California, donde sigo en la actualidad, porque me atraía la gestión y la idea de crear un departamento desde cero.

Desde la Academia de Ciencias participó en el comienzo del Proyecto Genoma Humano. Más o menos entonces me habían elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias, con unos 45 años, muy joven para lo habitual, probablemente porque no había muchos evolucionistas. Yo empecé a desempeñar un papel importante al ser el director de la sección de Biología. La Academia hace muchos informes por encargo del Gobierno, de quien es asesor desde los tiempos en que se creó, con Lincoln. Cada año se publican entre 150 y 200 estudios, y son de todo tipo. Una de las cosas que se plantearon fue secuenciar el genoma, pero no sabíamos cómo hacerlo. A mediados de los ochenta empezó a haber métodos de secuenciación y se pensó en hacerlo, y se preguntó a la Academia si se debía hacer, y nuestro comité dijo que sí, que se hiciera. Se calculó que se tardarían 15 años y que costaría unos 3.000 millones de dólares. Luego se terminó dos años antes y con menor coste.

¿Hubo exceso de optimismo con el proyecto pensando que serviría para curar todo? Sí, cierta ingenuidad. Se decía que, al tener el genoma secuenciado, sabríamos lo que somos. Yo ya lo criticaba, la persona es más que eso. Hemos aprendido algunos párrafos aquí o allí, alguna palabra. Tenemos 500 volúmenes del tamaño del Quijote, pero no entendemos el idioma aunque conozcamos las letras.

De hecho se anunció con gran bombo que se había descifrado y no sabíamos cuántos genes había. Y no lo sabemos todavía.

¿No hubo un exceso de operación de relaciones públicas, lo que generó demasiadas expectativas? Sí, lo hubo, y en cierto sentido no es malo, permite generar fondos y puestos de investigación. Y quizá en ciertos niveles sí se generaron esas expectativas excesivas, pero se cumplieron en otros.

El premio Nobel James Watson, quien junto a Crick propuso en 1953 la estructura de doble hélice para la molécula del ADN, alentaba esas expectativas. Yo escribí también entonces contra Watson y otros optimistas, aunque tenían menos imagen pública. Lo que pasó como resultado de la investigación del genoma, que ni yo ni nadie anticipamos, es que contribuyó a generar unas tecnologías que ahora nos permiten manipular el ADN y hacer muchas otras cosas. Hoy día podemos secuenciar el genoma de un individuo en una semana por unos 10.000 dólares.

¿Tiene alguna utilidad esa secuenciación? Creo que se hace mayoritariamente por vanidad, por decir “tengo mi genoma secuenciado”. A veces sí es útil para buscar algún defecto hereditario serio, pero para eso no hace falta secuenciar todo el genoma, solo la zona en la que se sabe que estarían esos genes.

¿Cómo van los avances en terapia? La terapia es otra cosa, pero para algunas enfermedades ya hay, como para la corea de Huntington [una enfermedad neurológica grave], que no se manifiesta hasta los 40 o 45 años, pero que se puede conocer y tratar de antemano. Otras enfermedades, como la fenilcetonuria, también se tratan bien, aunque con terapias convencionales. Y hay un caso interesante, la anemia falciforme, que afecta a los glóbulos rojos y puede ser letal si la tienen los dos progenitores y se hereda de ambos, pero que protege contra la malaria si se tiene solo uno de los genes. Se puede tratar extrayendo células madre de la espina dorsal e introduciendo en ellas el gen sano con la tecnología que ahora tenemos y reimplantándolas en el individuo. Conseguimos éxito en suficientes células como para que muchos glóbulos rojos sean normales y el individuo pueda sobrevivir.

¿Y la curación en células germinales? Eso sería lo ideal, corregir el problema en las células germinales, en los óvulos y en el esperma. Si se corrige ahí, lo engendrado no tiene el defecto, pero no tenemos la técnica todavía. Se tendrá en 4, 10, 20 años…, no se sabe cuándo, pero llegará.

Desde hace bastante, la evolución es una teoría más allá de toda duda. ¿Por qué sigue siendo tan discutida? Por prejuicios e ignorancia. Hay estadísticas chocantes que dicen que si se coge a un grupo de una iglesia y se les pregunta si aceptan la evolución, el 70% u 80% dicen que no; y si se hace la prueba de decirles que hay evidencia científica contundente de que es un hecho, todavía un 50% responde que no, porque creen que va contra su fe religiosa. Y no tiene por qué ir.

¿Fue una cura de humildad saber que solo tenemos 20.000 genes, poco más del doble que un gusano? Eso fue una sorpresa para mucha gente. Primero se pensó que teníamos millones de genes; luego, que unos 50.000, y ahora se cree que unos 20.000. Sabemos que hay parte de genoma que desempeña un papel en la herencia aunque no esté codificando proteínas. Si se quiere llamar humildad, puede ser. Ahora entendemos que es más complejo de lo que se pensaba.

¿Qué nos falta por saber? Más de lo que nos faltaba hace 50 años. El conocimiento científico es como una isla y ahí está todo lo que sabemos. El océano es lo que no sabemos; y no podemos preguntarle al océano, solo podemos investigar en la orilla, en los bordes de la isla. Si aumenta el perímetro de la isla, aumenta el conocimiento, pero también lo que no sabemos. Podemos hacer más preguntas, así que hay más cosas que no sabemos.

Usted atribuye un papel importante en la evolución humana de la inteligencia a la ovulación críptica, es decir, a que no sea evidente cuándo las mujeres son fértiles. ¿Por qué? Creo que la formación de sociedades complejas se debe, a mi juicio, además de a otros factores, a la ovulación críptica. Cuando una chimpancé o una gorila tienen el estro, los órganos genitales se hinchan y adquieren un color vivo, anuncia “soy fértil”. Entonces el macho se aparea y luego se va a buscar a otra hembra, porque es lo mejor desde el punto de vista evolutivo. Si no se sabe cuándo se produce la ovulación, eso da lugar a la familia nuclear, en la que el macho se queda porque no está seguro de haber fertilizado con sus genes a la hembra, y es el origen de la vida social. Estructuras sociales más y más complejas que requieren también más inteligencia.

¿Qué opina de las teorías del primatólogo Frans de Waal y otros sobre la moralidad como una característica biológica anterior y común en los primates? De Waal no se cree mucho de lo que dice, me parece. Sus experimentos no están bien hechos, y otros experimentos parecidos han dado otros resultados. No hay moral animal, porque para que haya moral, uno tiene que anticipar las consecuencias de los actos. Ser moral es juzgar una acción como buena o mala, y eso solo se puede hacer en función de las consecuencias. Apretar el gatillo es una acción moral solo si sé que la bala matará a mi enemigo. No hay moralidad animal, en esto soy muy extremo, como tampoco creo que los animales tengan conciencia de que existen como individuos.

¿Qué opina de la clonación humana? No se podrá nunca clonar a personas. Se pueden clonar los genes, pero siempre será una persona distinta; para que saliera Francisco Ayala de nuevo habría que poner los genes en un óvulo fecundado en el seno de mi madre y tendría que tener las mismas experiencias, amigos, colegios y todo igual que yo. La persona es la consecuencia de todas las experiencias, no solo los genes. Pero el antideterminismo extremo, decir que los genes no hacen nada, también es erróneo.

Usted ve España desde lejos y desde cerca. ¿Qué opina de la política científica que se hace en nuestro país? La política científica actual en España es un desastre. La ciencia, cuando yo era estudiante, estaba muy mal y cambió mucho tras el Gobierno socialista, lo digo porque fue como fue: la manera de pensar de ese Gobierno era más procientífica. La producción científica aumentó en la década de los ochenta: en revistas de primera categoría, por un factor de cinco, y el número de citas en artículos, un 17%. Parte de lo que pasó es que la inversión entonces creció del 0,45% a cerca del 1% para el año 1989. En ese momento se pretendía llegar al 2%, pero luego hay una crisis económica, un cambio de Gobierno, y España se queda en el 1%. Subió al 1,4% y ha bajado de nuevo, así que estamos donde estábamos en 1989 y muy por debajo de la media europea y de los países más avanzados.

¿Cómo podemos cambiar el paso para hacer cierto eso del cambio de modelo? No hay convicción ni en el público ni en las personas de gobierno, los legisladores. No hay convicción de que la ciencia paga. Cuando George W. Bush quiso cortar el presupuesto de ciencia, los de su partido le dijeron que no. Se sabe que el 50% del aumento económico de Estados Unidos desde la guerra mundial se debe a descubrimientos científicos hechos tras la guerra. Eso allí se entiende y aquí no.

Este año ya ha publicado dos nuevos libros en España. ¿Qué importancia le concede al papel de los investigadores como divulgadores? Hay tres más en camino. Unos científicos tienen que hacer ciencia; otros, enseñar en las escuelas, y otros, trabajar en divulgación. Pero en este sentido los periodistas son más importantes porque pueden desempeñar el papel clave. La prensa española publica muy poco sobre ciencia.


Se ha levantado (en España) una polémica a causa de un niño enfermo de difteria al que sus padres no quisieron vacunar y finalmente ha fallecido. ¿Qué le parece? Tan anticientífico como ir contra la evolución por creer en Adán y Eva. Una barbaridad. Si se empieza a dejar de aplicar vacunas, habrá tremendas epidemias. Si no hubiera vacunas, las personas vivirían en promedio 30 años menos. La prueba de las vacunas es tan convincente y definitiva que es absurdo que haya gente inteligente que lo niegue, y los que lo niegan es porque no se han tomado la molestia de saber qué son.

Las curiosas ilustraciones que decoran el manuscrito de El Origen de las Especies

Fuente


Un pez con paraguas haciendo un “photobom” - Foto: Cortesía del Museo de Historia Natural de Nueva York y la Universidad de Cambridge

Un pez con paraguas y soldados montados sobre zanahorias y berenjenas son algunos de los dibujos que los hijos de Darwin pintaron en las páginas de “El origen de las especies”. El Museo de Historia Natural de Nueva York ha digitalizado estos curiosos garabatos incluidos entre las 45 hojas que se conservan del manuscrito original de la obra.

“Las hadas de la montaña” cuenta la historia de Polytax y Short Shanks, dos criaturas fantásticas que responden a la denominación del título. Ambas han perdido sus alas porque otra de su misma clase, pero de carácter malvado, se las ha cortado, y viajan de la luna al sol a través de un rayo de luz.

En la estrella, los dos personajes se encuentran con diferentes animales y plantas que se han adaptado a su entorno con peculiares características: “Los árboles no tienen hojas porque hace demasiado calor. Los pájaros tienen pelo en vez de plumas. Las flores tienen plumas en vez de pétalos y dentro de sus flores había pequeñas caras sonrientes”. Así describe uno de los hijos de Charles Darwin el escenario salido de su imaginación.

La historia no forma parte de un libro de relatos infantiles, sino que se incluye entre las hojas del manuscrito original de “El origen de las especies” (1859), la obra más conocida del científico inglés.

Cortesía del Museo de Historia Natural de Nueva York y la Universidad de Cambridge

Gran parte de este y otros trabajos que Darwin elaboró entre 1835 y 1882 (el tiempo que tardó en dilucidar su teoría de la evolución) están disponibles en formato digital en la web del Proyecto de los Manuscritos de Darwin.

La iniciativa, lanzada a finales del año pasado, es un esfuerzo conjunto del Museo de Historia Natural de Nueva York y la Universidad de Cambridge, en cuya biblioteca se encuentran los documentos en papel. Actualmente, la colección digital cuenta con 96.000 páginas, de las 600 que engloban “Sobre el origen de las especies” en su versión original, solo se conservan 45.

Además del primer garabato darwiniano del árbol de la vida, el manuscrito alberga en el reverso de algunas de sus hojas otros bocetos únicos: los de sus hijos. Junto con ellos, en esta especie de “cara B” infantil se encuentran también historias fantásticas como la que da comienzo al artículo y que suman un total de 111 imágenes y notas diseminadas entre los apuntes.

Cortesía del Museo de Historia Natural de Nueva York y la Universidad de Cambridge

Las pinturas y cuentos corresponden a principios de la década de 1840. En 1842, seis años después de volver de su viaje a bordo del HMS Beagle, Darwin se mudaba con su esposa Emma y sus dos retoños a una casa (conocida como Down House) en la campiña inglesa.

Allí, el naturalista terminó el libro que ha marcado un antes y un después en la biología: “El origen de las especies mediante la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha de la vida”, como reza el título original. En su nuevo hogar tuvieron también al resto de su descendencia: Emma dio a luz a diez hijos en total, aunque solo siete llegaron a la edad adulta.

Por aquel entonces, el papel no era un bien tan accesible como ahora, así que una vez enviada una copia del manuscrito a su editor, Darwin convirtió las páginas originales en hojas “en sucio” donde los pequeños podían pintar a sus anchas.

Cortesía del Museo de Historia Natural de Nueva York y la Universidad de Cambridge

En la sección dedicada a “La batalla entre frutas y verduras” se incluyen representaciones de soldados a pie o cabalgando sobre zanahorias y berenjenas. También trazaban y coloreaban la silueta de pájaros y mariposas y simpáticos peces con paraguas.

Los dibujos están hechos con lápices, tinta y acuarelas y representan mundos reales y ficticios, muchas veces relacionados con el trabajo de su padre. No en vano Darwin les permitía participar en sus investigaciones, recolectando para él insectos y plantas.

No se sabe con certeza cuáles de sus hijos fueron los artistas, pero al menos tres de ellos firman algunas de las obras: Francis, que se convirtió posteriormente en botánico, George, futuro matemático y astrónomo, y Horacio, que llegó a ser ingeniero. Un legado pictórico, reflejo de la cara más humana y familiar de Darwin, que también merece la pena conservar.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Análisis dentales del Homo Floresiensis podrían revelar su verdadero origen




Investigadores japoneses creen que los Homo Floresiensis "hobbit", cuya característica más representativa es su apenas metro de altura, provienen de los Homo erectus, pero menguaron de tamaño después de quedar atrapados en la isla de Flores en Indonesia a raíz posiblemente de un desastre natural. Eh hecho se pudo deber al "efecto isla" o "enanismo insular", que ocurre cuando una población evoluciona en un entorno limitado. Se han basado en la comparación de los 40 dientes conocidos de Homo floresiensis, con 490 piezas dentales de seres humanos modernos de Asia, Oceanía, África y Europa, así como de una variedad de homínidos extintos, como el Homo habilis.

Los expertos han llegado a la conclusión tras realizar el primer análisis detallado de los dientes de los miembros de la especie. El líder del proyecto, Yousuke Kaifu del Museo Nacional de Naturaleza y Ciencia en Tokio, explicó a Discovery News que, en su opinión, "los primeros humanos modernos podían haberse entremezclado con el Homo erectus asiático a pequeña escala". A su juicio, existe la posibilidad de que entre las poblaciones humanas modernas haya descendientes de los "hobbit".

Los restos hallados en 2003 en la caverna de Liang Bua, en la citada isla, pertenecían a un adulto de tan solo un metro de altura. La especie fue denominada Homo floresiensis y más tarde fue apodada como 'hobbit'.

La nueva hipótesis se une a varias otras. Por otro lado, varios antropólogos pensaron que se trataba del representante de una especie antigua de homínido que vivió hace entre 95.000 y 12.000 años. Otro punto de vista alternativo defiende que los restos pertenecen a un Homo sapiens, pero con anomalías anatómicas.

Ahora, el análisis de los dientes hallados del "Hobbit" sugieren que pertenecía a una especie única en lugar de un humano moderno con un trastorno del crecimiento. La nueva investigación también sugiere que ser un ancestro directo de los humanos modernos, al haberse mezclado con otras especies como el Homo erectus.

Los investigadores encontraron dientes hobbit eran tan pequeños como los de los humanos modernos cortos. Sin embargo, otras características de estos dientes parecían completamente diferentes a las de los humanos modernos.

Los dientes hobbit muestran un mosaico único de rasgos primitivos vistos en los primeros homínidos mezclados con rasgos más avanzados que se ven en homínidos posteriores. Por ejemplo, el canino y los premolares presentan rasgos primitivos, mientras que los molares parecen avanzados, o como si hubieran persistido en la evolución al Homo sapiens, dijeron los científicos.

Estos resultados contradicen las afirmaciones anteriores de que los hobbits poseían dientes iguales por completo a los de humanos modernos.

Los investigadores encontraron que las características dentales primitivas del "hobbit" son más similares a los especímenes de Homo erectus, el antepasado más antiguo indiscutible de los humanos modernos, hallados en la isla indonesia de Java. Sin embargo, el H. erectus era casi tan alto como los humanos modernos. Los científicos sugieren que en las islas aisladas, los antepasados ​​de los "hobbit" pudieron estar sometidos a un "enanismo dramático", sus cuerpos se reducirían desde los 5,4 pies (1,65 m) a 3,6 pies (1,1 m), y sus cerebros desde la 52 pulgadas cúbicas (860 centímetros cúbicos) a 26 pulgadas cúbicas (426 cm cúbicos).

"Para mí, este trabajo cambiará el rumbo sobre la cuestión del origen evolutivo de H. floresiensis", dice el autor principal del estudio Yousuke Kaifu, paleoantropólogo del Museo Nacional de Japón de la Naturaleza y la Ciencia en Tokio.

En general, mientras que el linaje humano evolucionó hacia cuerpos y cerebros más grandes, el aislamiento motivó que en el hobbit se pudo revertir sustancialmente esta tendencia evolutiva, dijo Kaifu.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Namacalathus hermanastes, un animal con esqueleto complejo de 550 millones de años - Ediacara


Los primeros animales con esqueletos complejos existieron hace unos 550 millones de años, según sugieren los fósiles de una pequeña criatura marina desenterrados en Namibia.

El hallazgo es el primero en mostrar evidencias de que los animales complejos más antiguos de la Tierra (que pueden estar relacionados con muchas de las especies animales de hoy en día) vivieron millones de años antes de lo que se conocía anteriormente.

Hasta ahora, la evidencia más antigua de animales complejos (que sucedieron a las criaturas más primitivas, que a menudo se parecían a esponjas o corales) vino del Período Cámbrico, que comenzó hace unos 541 millones años. Los científicos habían sospechado durante mucho tiempo que los animales complejos habían existido antes de esa fecha, pero, hasta ahora, no tenían ninguna prueba.

Datos del árbol genético sugieren que los animales complejos (conocidos como los bilaterales) evolucionaron antes del Período Cámbrico. El hallazgo sugiere que los bilaterales pueden haber vivido tan pronto como hace 550 millones de años, durante el último período Ediacara.

El estudio de la Universidad de Edimburgo sugiere que los animales complejos existían mucho antes de un período en la historia del planeta (conocido como la explosión del Cámbrico) durante el cual evolucionaron la mayoría de los principales grupos de animales.

El equipo estudió los fósiles de un animal marino extinto (conocido como Namacalathus hermanastes) generalizado durante el Período de Ediacara. Los fósiles están extraordinariamente bien conservados y revelan que las especies poseen un esqueleto rígido hecho de carbonato de calcio - un material duro a partir del cual están hechas las conchas de los animales marinos. Las estructuras esqueléticas complejas son similares a las de los seres vivos que habitan en el fondo del mar, dice el equipo.

El estudio, publicado en Proceedings of the Royal Society B, fue financiado por el Natural Environment Research Council. La investigación fue llevada a cabo en colaboración con la Universidad Lomonosov de Moscú.

Rachel Wood, quien dirigió el estudio de Edimburgo, dijo: "Este fósil es conocido desde hace mucho tiempo, y se supone que ha sido un animal primitivo, tal como una esponja o coral. Este estudio sugiere que fue, de hecho, más avanzado. Hemos sospechado que estos animales complejos estaban presentes en la Ediacara, pero este estudio proporciona la primera prueba".